Rolo y la reunión del Gabinete Regional de Seguridad

Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el jueves 13/Feb/2014]

Hace algunas semanas dos psicosis se generaron desde la región istmeña: una, por la supuesta camioneta blanca que recorría las poblaciones secuestrando gente para extraer sus órganos; otra, por las repentinas ganas que los munícipes tuvieron por “limpiar” barrios y colonias de sus demarcaciones. 

Según los primeros renglones de Wikipedia, la psicosis “es un término genérico utilizado en psiquiatría y psicología para referirse a un estado mental descrito como una escisión o pérdida de contacto con la realidad”. La famosa camioneta blanca era sólo una fantasía, y el interés por la pulcritud de nuestros pueblos, desgraciadamente, también. (En los próximos meses veremos la paulatina y típica indiferencia por el tema, de parte de nuestros flamantes alcaldes).

A propósito de los temas mencionados ―limpieza e inseguridad― deseo citar dos claros ejemplos de la ligereza con que parecen estarse abordando en Juchitán. El primero nos lo brinda un joven estudiante de secundaria, que el 7 de febrero publicó en su cuenta de Facebook: “Hace cinco días vi por primera vez a un perro muerto frente a Burger King (en la entrada a Juchitán). Hoy se encuentra en avanzado estado de putrefacción en el mismo lugar. Las autoridades dicen que quieren cambiar a nuestro pueblo, pero ni a un animal levantan. Los de Turismo o alguna autoridad deberían tomar cartas en el asunto, pues también daña la imagen de la ciudad”.

Ayer 12 de febrero, el mismo joven publicó: “Es importante mencionar el asunto de Rolo (el perro muerto que está frente a Burger King, al que ya puse nombre). Ya se me volvió costumbre saludarlo mentalmente desde hace diez días, que vi por primera vez su desfallecido cuerpo. Desde esa fecha he podido observar cómo los gusanos y otros procesos de descomposición se han dado en él. Tumbado en la carretera y emanando sustancias repulsivas da la bienvenida a todos los visitantes que pasan por Juchitán. Ah, Juchitán, ¡ciudad de las flores!”.

En cuanto el tema de la inseguridad, el triste ejemplo lo da el contexto mismo de la reunión regional, realizada en un espacio inadecuado para ello, violentando el derecho de los deportistas juchitecos a un espacio digno. ¿Por qué digo lo anterior? Porque más allá de los discursos para aclarar lo de la camioneta blanca (que dicho sea de paso, vienen mucho después de los dos intentos de linchamiento en Tehuantepec y Huilotepec, respectivamente), los integrantes del llamado Gabinete Regional de Seguridad ―cuyo Secretario Técnico es el anfitrión Saúl Vicente Vázquez― se congregaron sobre la duela del gimnasio municipal en la Unidad Deportiva Binnizá.

Como si no existieran otros lugares para efectuar la importante reunión, los organizadores colocaron mesas de metal y sillas de madera (del tipo que es usada en las pachangas típicas) precisamente sobre la costosa duela que los deportistas locales cuidan con ahínco, destinándolo exclusivamente para justas deportivas.

No es que uno vea mal que se trabaje en pro de la limpieza y la seguridad pública en nuestra región; sino que, para hacerlo, no se tenga el mínimo cuidado.

¿Por qué unos sí y otros no?

Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el martes 11/Feb/2014, así como en el diario NOTICIAS, Voz e Imagen de Oaxaca]

Este fin de semana ingresaron los comunitarios a la ciudad emblemática del cártel de los Templarios: Apatzingán, cuna de la Constitución de 1814, impulsada por José María Morelos y Pavón.

Junto con la noticia se difundieron imágenes y cifras de las primeras detenciones de las autodefensas, como también se llaman a los cuerpos de Policía Comunitaria de Tierra Caliente, Michoacán. De inmediato la gente en el país realizó una sencilla lectura: en pocas horas los comunitarios detuvieron a un centenar de personas, supuestamente pertenecientes al crimen organizado, mientras que en varias semanas el Ejército Mexicano y la Policía Federal apenas lograron capturar a unos cuantos delincuentes.

¿Por qué un puñado de civiles armados consigue efectuar detenciones, aseguramiento de casas y cateos, mientras la fuerza pública no lo logra? Por una  sencilla razón: porque éstos últimos están restringidos.

Por muchas décadas la sociedad mexicana pidió que las fuerzas del orden se ciñeran a protocolos avalados por la comunidad internacional con el fin de salvaguardar los derechos civiles. La intención era proteger al ciudadano común de las arbitrariedades que se cometían masivamente en contra de la población.

¿Recuerdan a los famosos “judiciales”? La ciudadanía los veía con un temor genuino por la violencia con que efectuaban las detenciones. Tenían vía libre para apresar a quien quisieran, sin orden de aprehensión ni motivo aparente. Era natural que se ganaran el repudio mayoritario.

Después de la llamada guerra sucia, durante la década de los setentas, en que se escucharon acusaciones de abusos por parte de los elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), hubo un cambio en el entrenamiento que recibían los soldados. Los militares mexicanos fueron capacitados en el respeto a los derechos humanos, lo que hizo que su accionar fuera cada vez más restringido, en aras de no violentar las garantías constitucionales (lo que no impide que existan casos aislados que siguen avergonzando a las fuerzas armadas).

Cuando los Templarios “se pasean” frente a los cuerpos de seguridad en Apatzingán, éstos no pueden proceder sin una orden de aprehensión. Ello hace que los pobladores que sufren cotidianamente extorsiones y violencia, se decepcionen grandemente. Y para agravar la situación, tampoco se sienten con la confianza de denunciar, pues el sistema judicial no goza de mucha credibilidad que digamos.

Hay un círculo vicioso en las instituciones encargadas de proteger a los habitantes del país: casi no existen denuncias y, por tanto, los soldados o policías federales no tienen manera de proceder legalmente. En cambio los comunitarios tienen ―al igual que cualquier persona armada fuera de la ley― la posibilidad de detener personas, catear y asegurar casas por la mera sospecha de que se está vinculado con los adversarios. Lo anterior suele resultar efectivo, pero no es apegado a derecho. 

Mientras la sociedad siga viendo que la mayoría de los detenidos son “culpables” legitimará el actuar de las autodefensas, pero, ¿quién nos asegura que los comunitarios de hoy no serán el cártel del mañana? Por ello, en esta situación, la federación está actuando con pinzas. Veinte mil fusiles pueden servir para muchas cosas: desde luchar contra un grupo criminal, hasta comenzar una revolución social…

El bochorno

Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el lunes 10/Feb/2014]

En éste y otros medios informativos se anunció con tiempo: lo que se pretendía hacer en Salina Cruz era, además de inmoral, ilegal. Por muchos acuerdos políticos que se hubiesen pactado antes, durante y después de las elecciones municipales, éstos no debían pasar la línea elemental que marcan las normas en la materia.

Sin embargo, las autoridades porteñas se empeñaron en simular lo que era imposible a la vista de los magistrados, y quisieron, pese a todo, ratificar a una veintena de concejales. La situación tuvo que aclararse, por lo que la verdad salió a relucir.

Lo que sucedió en Salina Cruz es incorrecto desde cualquier punto de vista. Primero, porque el Partido Revolucionario Institucional (PRI) arrebató en los tribunales una victoria que pertenecía a otro grupo político, que, dicho sea de paso, ganó legítimamente en las urnas; segundo, porque no conforme con lo anterior quisieron abultar la nómina municipal obsequiando regidurías a diestra y siniestra. Lo paradójico fue que quien obtuvo el favor ciudadano, Mariano Vicente, ni siquiera es concejal.

Uno de los puertos más importantes del Pacífico mexicano está pasando por un momento bochornoso. A la vista de todo el Estado de Oaxaca se han evidenciado las consecuencias nocivas de los pactos políticos, que en lugar de contribuir a darle gobernabilidad a esta ciudad, están sirviendo como agencia de colocaciones.

Pero todavía hay esperanza. Estamos a tiempo de que los actores políticos hagan lo necesario para brindar certeza a la ciudadanía. Por ética y por reglamento, toda persona que no deba ostentar un cargo, debe encontrarse fuera del listado de regidurías.

De no hacerlo, el PRI y Rosa Nidia Villalobos estarán mandando un mensaje equivocado a las instituciones y a los habitantes del puerto. Y en ese caso, se mostrará en su crudeza que el discurso de “legalidad” con que arrebataron el triunfo a un modesto médico, era sólo ficción.

Quien “ganó” amparado en tribunales debe respetar las normas más sencillas en lo concerniente a la integración del cabildo. Así de simple. 

Las casas y el bilopayoo

Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 9/Feb/2014]

Los zapotecas poseemos una magnífica cultura. Nuestra gastronomía, la música, nuestras danzas, el  idioma y demás elementos característicos dan fe de ello. Uno de los aspectos en que nuestros antepasados sobresalieron grandemente fue la arquitectura.

Hace tres mil años ingeniosos arquitectos idearon los primeros edificios públicos de nuestra estirpe y construyeron la primera de nuestras ciudades en el Valle de Oaxaca, en lo que hoy conocemos como San José Mogote. Un milenio después, mientras Jesucristo predicaba el Evangelio en Tierra Santa, los binnigula’sa’ nivelaron una montaña y levantaron la ciudad que sigue asombrando a propios y extraños: Monte Albán (Dani beedxe’-Cerro del jaguar).

Existió un estilo arquitectónico autóctono, del que tenemos majestuoso ejemplo en el Istmo de Tehuantepec: Guiengola, una ciudadela a más de 400 metros sobre el nivel del mar, con tumbas, juego de pelota, templos y palacios, desde donde se mira la planicie costera. 

Cuentan que así como en la actualidad se cursan carreras universitarias, anteriormente también se estudiaba, ya que los cálculos que un antiguo arquitecto tenía que realizar eran muchos, pues construir no sólo implicaba medidas de largo, ancho, altura o proporciones; también involucraba cómputos astronómicos, por lo que debía saberse del movimiento preciso de las estrellas y de otros asuntos hoy no tan conocidos. 

Si en este tiempo alguien pretende erigir una casa, basta con que se reúnan los materiales precisos y  se consideren ciertos factores, como el viento, la calidad del suelo, o las inundaciones que periódicamente nos afectan. Pero hace cientos de años, los sabios zapotecas daban mayor importancia  al momento en que se construía la edificación y a principios celestes. Un templo, por ejemplo, debía estar armoniosamente relacionado con las constelaciones… 

Lo anterior puede ratificarlo cualquier investigador. Pero lo siguiente pueden entenderlo principalmente los niños, pues ellos tienen la mentalidad más abierta, no sujeta a la severidad propia de los adultos:

Después de levantada una edificación ―aquí viene lo increíble― se asignaba a ésta un guardián. Dicho guardián era un guenda o nahual. Los arquitectos zaes de la antigüedad tenían la facultad de adoptar la forma de un ser para cuidar sus construcciones. Por ello, en cada edificio de mampostería se lograban ver algunas salamanquesas, conocidas como bilopayoo, o gupayoo. Éstos tenían la función de recorrer palmo a palmo las paredes para observar y corregir algún desperfecto. Durante los terremotos se dedicaban a revisar las cuarteaduras y a repararlas, por lo que no se les veía por días enteros. 

Era durante el sueño, que un conocedor del arte de la construcción adoptaba la personalidad del bilopayoo. Y en una sola noche podía habitar el cuerpo de cuatro o cinco de estos animalitos. 

Todavía se miran estos pequeños reptiles. En muchos hogares zapotecas se escabullen por los muros, tentando y examinando cada escollo del inmueble. Por tanto, si su hogar está habitado por algún un bilopayoo, no le haga daño, que tal vez sea el alma de un antiguo arquitecto zapoteca, o el guenda de un albañil o constructor de nuestro tiempo…

Prestigio compartido: San Blas Atempa y Tehuantepec

Serpiente de piedra en el Barrio Xhihui, San Blas Atempa.
Foto.- Flavio Rojas 
Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el sábado 8/Feb/2014] 

Los zapotecas istmeños vivimos en una pequeña confusión o en un malentendido, según quiera decírsele, pues durante las últimas décadas hemos sido injustos con lo que hoy es la Villa de San Blas Atempa.

A lo largo de muchos años, cronistas e historiadores han otorgado el reconocimiento y prestigio, que  debería ser compartido, a un solo municipio. Pues cuando hablamos de la sede del poder político del reino zapoteca del Istmo, pensamos únicamente en Tehuantepec; cuando nos referimos a la ‘Rebelión de 1660’, nos imaginamos al pueblo tehuantepecano de hoy y a los barrios que hoy lo conforman.

Pero lo cierto es que el Tehuantepec de nuestro tiempo no es exactamente el de la historia prehispánica y colonial. Le falta una parte esencial, le faltan dos antiguos barrios que hoy componen un municipio aparte: Xhihui y San Blas.

De éstos, el segundo era el más importante; tanto, que de todos los barrios que integraban Tehuantepec, San Blas era el que más veces aparecía primero en el listado; era el que tenía el templo más grande y la población más numerosa; era, asimismo, el barrio con terrenos comunales más extensos, lo que le dio una preeminencia a lo largo de más de tres siglos.

Tehuantepec son sus barrios. Por eso, cuando nos referimos a ella, debemos pensar en una metrópoli diversa pero con un mismo corazón: su ser zapoteca. Cada barrio tiene su particularidad, como sería sus terrenos comunales, su templo, su Santo, sus autoridades tradicionales, sus fiestas, entre otros elementos. 

Hay barrios grandes y barrios pequeños. Inclusive alguno ha dejado de existir. Los más importantes habían sido cuatro: San Blas Atempa, Santa Cruz Tagolaba, Santa María Reoloteca y Guichivere, en orden de importancia. Santa Cruz y Santa María, quizás por ser vecinos, han tenido, de hecho, cierta rivalidad a lo largo de los siglos.  

Tehuantepec era una sola casa. Cada barrio era, digamos, un hermano. Y así convivieron durante más de trescientos años, compartiendo fatigas y el prestigio de ser el asiento de la antigua capital del reino zapoteca y del poder colonial. 

A principios del siglo diecinueve surgió el primer intento separatista: el barrio de Santa María Reoloteca solicitó su elevación a pueblo libre. Es decir, ya no deseaba seguir perteneciendo a la metrópoli común. Dicho intento, sin embargo, fue rechazado por el Congreso local. De haber prosperado, habría pasado con este barrio lo que sucedió con Xhihui y San Blas; es decir, se les habría despojado, sin querer, de todo el prestigio del que gozaba la ciudad en su conjunto. 

Los acontecimientos históricos hicieron que San Blas y Xhihui se segregaran en 1868, con lo que dejaron de ser jurídicamente tehuantepecanos. Hoy en día los blaseños (reitero: compuesto originalmente de dos barrios que hoy hacen la Villa de San Blas Atempa) reivindican su identidad ‘binni San Blas’ con mucho orgullo, pues han venido labrando una historia particular llena de episodios épicos. También conservan mayoritariamente el idioma zapoteco y las costumbres y tradiciones ancestrales. Son pues, el vivo ejemplo de nuestra estirpe zapoteca.

Pero les falta algo: les falta reivindicar el pasado prehispánico y colonial de la antigua urbe tehuana; pues tienen derecho a ella, como el que más. Tienen derecho a que cuando nos refiramos a la Alcaldía Mayor de Tehuantepec, pongamos una nota a pie de página, o entre paréntesis, donde especifiquemos que dicha Alcaldía corresponde a los actuales municipios de Tehuantepec y San Blas Atempa. Tienen derecho a que cuando hablemos de la capital del reino binnizá en el Istmo, especifiquemos que son sus herederas todos los barrios tehuanos, así como los dos barrios de la Villa hoy independiente. Es de elemental justicia.  

Guerra paralela

Gubidxa Guerrero 

[Texto publicado en Enfoque Diario, el lunes 3/Feb/2014]

Felipe Calderón Hinojosa, Presidente de México durante el sexenio 2006-2012, se empeñó en utilizar un lenguaje bélico para, según sus asesores, aglutinar al pueblo mexicano en derredor suyo. Y es que los ingenuos hacían una lectura simplista de la doctrina del ‘enemigo común’, según la cual, ante una amenaza existencial la ciudadanía se une en torno a sus dirigentes.

Así sucedió en Cuba, durante la invasión en Playa Girón por mercenarios armados y entrenados por la CIA; así pasó en la extinta URSS, durante la invasión nazi en la Segunda Guerra Mundial. Pero lo que se ha dado de manera natural ante riesgos realmente existenciales, también ha podido provocarse de manera maquiavélica, como en aquellos países primermundistas que ven peligro en los elementos disidentes como los comunistas o los indocumentados. Así sucedió en la Alemania de Adolf Hitler, que ante el “enemigo de la humanidad” agazapado en su territorio ―los judíos― azuzaba a su pueblo a “defenderse” del chacal semita. No fue otra la doctrina de George Bush, cuando aprovechó malvadamente los atentados del 11 de septiembre para emprender guerras imperialistas completamente inmorales contra Afganistán e Irak.

A Felipe Calderón no le dio resultado la estrategia porque, a diferencia del terrorismo, el narcotráfico no suscita una respuesta maniquea. Para millones de mexicanos los narcos no son necesariamente ‘malos’. De hecho hay grandes regiones del país donde se ha aprendido a mirar a algunos capos como grandes benefactores que hacen el trabajo que el gobierno debería realizar. 

Cuando Calderón pidió a los mexicanos unirse en la ‘guerra contra el narco’ muy pocos se animaron; tanto por la ilegitimidad del gobernante, como por la red de complicidad tejida durante generaciones, que harían dudar a cualquier persona sensata. El resultado de la aventura calderonista arrojó cien mil muertos, y el problema no sólo no disminuyó sino que aumentó. 

Con Enrique Peña Nieto han sido las cosas un tanto al revés. Sus asesores le recomendaron una estrategia que procurara tocar lo menos posible el tema de la violencia. La palabra ‘guerra’ quedó excluida del vocabulario oficial, como si la realidad fuera a cambiar dejándose de mencionar.

Y he aquí la paradoja: mientras el gobierno priísta habla de “conflictos” o de “problemas”, el entorno con su crudeza nos muestra lo que verdaderamente acontece: una guerra en Michoacán.

Hay más de 40 mil personas fuertemente armadas combatiendo entre sí. Hay tomas de poblados y aseguramiento de casas de seguridad. Hay verdaderas batallas campales en distintos lugares del territorio michoacano y hay una participación social importante en uno u otro bando. Por si fuera poco, hay dos gobiernos paralelos al de las instituciones oficiales: el de los Caballeros Templarios y el de las autodefensas. 

Basta citar como ejemplo el cobro de “impuestos”. Tal parece que recaudan más los Templarios y las autodefensas que el gobierno michoacano. Y los casos se presentan tanto en las familias humildes como en las grandes empresas. Así vemos que los grandes consorcios mineros, entre los que sobresalen chinos y canadienses, estuvieron pagando un “impuesto” a los Templarios por cada tonelada de mineral extraído, especialmente hierro. 

Cuando los comunitarios expulsaron a los miembros del crimen organizado, las mineras no dejaron de pagar. Únicamente cambiaron de destinatario. Ahora algunos grupos de autodefensa reciben el “impuesto” que anteriormente se pagaba a sus contrincantes, según esto con el ánimo de financiar la guerra que se está librando (recordemos que durante la Revolución Cubana, Raúl Castro introdujo un “impuesto de guerra” a los ricos empresarios del oriente isleño). 

Ejércitos bien armados, pueblos ‘tomados’, cobro de impuestos, ¿qué más se necesita para reconocer que en Michoacán priva un estado de excepción? Los Poderes de la Unión harían bien en desconocer al gobierno del Estado, del que solamente queda el cascarón.

El satélite

Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 2/Feb/2014] 

Se encontró Ta Cándido Martínez, sobrino de Ta Manuel Mistu, a un joven universitario. De México había venido el muchacho, a quien se dirigían como El Estudiante. Esto sucedió hace como treinta años.

Estaba atardeciendo en El Espinal, mientras caminaban por las orillas del pueblo. Entonces Ta Cándido miró al cielo y entrecerró los ojos. Se detuvo unos instantes. En ese momento ‘El Estudiante’ preguntó qué le pasaba. Ta Cándido, dijo sin dudar: “Acabo de ver una estrella fugaz y le pedí un deseo”. El instruido muchacho comentó: “¿Se refiere a aquél punto brillante en el cielo?”; a lo que Ta Cándido respondió sin dudar: “Sí, a ése mero”. Una sonora carcajada salió de ‘El Estudiante’ mientras le explicaba a su adulto compañero que no era una estrella fugaz lo que había visto, sino un satélite.

“Mire señor ―le dijo―; en estos tiempos el ser humano ha conseguido llegar al espacio. Y no sólo eso, sino que ha podido colocar artefactos que giran alrededor de la Tierra. Éstos sirven para muchos fines, entre ellos distribuir información o conectar un lugar del mundo con otro en instantes. Son llamados satélites”.

“Ya lo sabía ―respondió Ta Cándido― sin perturbarse. Lo que tú llamas así, era conocido por mi tío Ta Manuel Mistu, como Pascorina y a eso es que le pedí el deseo. Pero como tú no sabes de esas cosas, tuve que decirte que vi una estrella fugaz, para que no te sintieras. Decía mi tío que antes del Diluvio el mundo era parecido a lo que es ahora. Había carros, edificios, aviones y las demás cosas que vemos en la televisión. Hasta en la luna vivían las personas, donde tenían sus casas y se iban cuando se aburrían de andar en este mundo. Contaba que la gente era observada por las Pascorinas. Bastaba que uno mirara al cielo para que esos fierros lo vieran a uno y escucharan su petición. De este modo un señor podía pedirle a la Pascorina que lloviera o que lo sacara de algún problema. La máquina hacía cuentas, y si lograba acomodar las cosas en sus complejas operaciones matemáticas, entonces solito se arreglaba todo y la solución llegaba. Todos se acostumbraron a pedir deseos a las Pascorinas ―a las que tú llamas satélites―, y así hasta que sucedió lo del Diluvio… Cuando la Tierra se inundó, las ciudades se destruyeron y todo lo que el hombre había construido en miles de años se acabó. Las nuevas generaciones nada sabían de lo que habían inventado sus antepasados y volvieron a empezar de nuevo. Sólo unos cuantos guardaron en la memoria el mundo que antes tuvieron, y así es como lo fueron contando a sus descendientes, entre ellos mi tío, que me lo contó a mí. Por eso es que cuando veo un satélite ―que como te he dicho, se llaman Pascorinas― le pido un deseo. Y como la gente ignorante no sabe lo que hago, les cuento que tan solo miré una estrella fugaz”.

De inmediato El Estudiante supo que acababa de escuchar una ingeniosa historia salida de la imaginación de su amigo, y se echó a reír. “Ay, Ta Cándido. Olvidé que usted es uno de los más grandes contadores de mentiras de nuestra región. Y yo que me quise lucir.” Así fue como en El Espinal un señor salió de una embarazosa situación frente a un joven universitario…