Migración zapoteca a la Ciudad de México

Gubidxa Guerrero 

[Texto publicado en Enfoque Diario el sábado 24/Ago/2013]

El fenómeno migratorio es común a todos los pueblos y tiempos. Las lenguas cambian, las culturas se desarrollan y las personas emigran. Sin embargo, algo tan propio de nuestra naturaleza humana, usualmente es consecuencia de la búsqueda de mejores lugares para vivir. Así, algunos van en pos de algo, otros simplemente huyen de su tierra; pero hay quienes emigran por otras razones no siempre consideradas.

El pueblo zapoteca se jactaba en la antigüedad de su permanencia. Entre todas las naciones prehispánicas era la que decía no provenir de ninguna región remota: “de las raíces de los grandes árboles, de los peñascos, de las fieras nacimos”, podría expresar cualquier binnizá antiguo. Y aún así, poco antes de la llegada de los españoles, los zapotecas salieron de los valles centrales que habitaron por más de dos mil años para ir a poblar montañas y la llanura del Istmo de Tehuantepec. Los de esta última región comenzaron de este modo una historia un tanto separada de sus hermanos serranos y vallistos. 

La nueva zona, estratégicamente localizada, cruce comercial y rica en recursos naturales, impregnó de su dinamismo a los recién llegados. Los zapotecas istmeños desde un comienzo se vieron envueltos en disputas con otros grupos étnicos que desde antes luchaban por la preponderancia. Los aztecas también fueron sus adversarios.

Desde su arribo a esa región, los binnizá se caracterizaron por su belicismo. Contingentes zapotecas participaron en la conquista de Guatemala por Pedro de Alvarado. A mediados de la época colonial organizaron un importante movimiento armado y político contra los españoles, y en todo momento mantuvieron una férrea defensa de sus recursos naturales. Pero fue hasta el siglo XX que comenzó el proceso migratorio a la Ciudad de México, con la peculiaridad de estar asociado al militarismo.

Poco se ha estudiado la participación de los indígenas en la revolución mexicana y de sus razones. Pueblos varios se unieron a contingentes distintos y contrarios, según diversos motivos e intereses. Durante la revolución mexicana, más de cinco mil zapotecas del Istmo combatieron en el bando constitucionalista al lado de los yaquis de Sonora, y estas tropas recorrieron buena parte del territorio nacional. Más de una decena de personajes se convirtieron en generales del ejército mexicano, y en la post-revolución los veteranos combatieron a los rebeldes delahuertistas y a los cristeros. 

La mayoría de los altos oficiales zapotecas tuvieron que establecerse en el Distrito Federal por exigencias del trabajo. Y en la segunda década del siglo pasado estos militares impulsaron a muchos jóvenes a trasladarse a la Ciudad de México para cursar sus estudios. La carencia de escuelas superiores en el Istmo estimuló esta modalidad migratoria, que pronto dio frutos. 

De la primera oleada de estudiantes istmeños nació la Sociedad de Estudiantes Juchitecos, que se impuso como tarea vincular a las comunidades binnizá radicadas en la capital con las del Istmo. En la década de 1930, un nuevo grupo estudiantil logró editar la primera de todas las publicaciones en lenguas indígenas del continente: “Neza” (camino). Y surgió una generación de intelectuales zapotecas vinculada a su tierra, cultivando su lengua y revalorando su identidad. Andrés Henestrosa es un buen ejemplo de este grupo. 

En los cuarentas apareció “El Istmo”, otra publicación cultural istmeña. Al siguiente decenio “Diidxa” (palabra). Hasta que a fines de los sesentas nació “Neza Cubi” (camino nuevo), ya con una generación renovada, encabezada por Macario Matus. 

Muchos de los profesionistas zapotecas que egresaron de las principales universidades del país jamás regresaron, pero tampoco olvidaron el terruño y entonces buscaron los mecanismos para estrechar los vínculos con su lugar de origen. Fundaron sociedades de “Velas”, recrearon fiestas, mayordomías, y formaron una comunidad muy numerosa que hasta la actualidad sigue nutriéndose con nuevos estudiantes y migrantes de diversa índole, que tienen como común denominador la cultura y la pertenencia a la nación zapoteca. Tenemos aquí otra modalidad de migración. Nos encontramos con otras causas que pueden permitirnos entender la realidad de nuestros pueblos. 

Los migrantes zapotecas contemporáneos son similares a quienes les antecedieron por el hecho de estar jóvenes, ser estudiantes y de seguir perseverando en el reconocimiento y la revaloración de su identidad étnica. En nuestros días hay grupos culturales zapotecas en la Ciudad de México, hay revistas literarias, eventos de música, presentaciones de libros. El entramado social binnizá vuelve a recrearse en las nuevas generaciones de migrantes.

Por supuesto que una realidad hiriente se encuentra detrás de todo esto, pues si los pueblos originarios tuvieran posibilidades académicas o profesionales en sus regiones, no llegarían a la capital. Si las condiciones decorosas de vida pudieran adquirirse sin necesidad de trasladarse a cientos de kilómetros para cursar una carrera universitaria, nadie se movería. Pero es importante recalcar el hecho de que incluso en las condiciones adversas, un pueblo cohesionado puede establecer los mecanismos para desarrollarse positivamente.

Las consecuencias que se desprenden del fenómeno migratorio zapoteca son duales. Por una parte, el migrante suele tomar conciencia de su peculiaridad. El idioma, las costumbres, los valores, le permiten reconocerse distinto. Pero por otro lado, la migración también provoca el desarraigo, pues muchos nunca vuelven, y a la segunda o tercera generación se corre el riesgo de perder la memoria.  

La migración no es sólo física, es también cultural. Hay personas que cambian de lugar llevando consigo la conciencia, las tradiciones, reproduciendo, adonde vayan, parte de su cultura. Esta migración enriquece. Otros, sin moverse, tratan de despojarse de lo que los constituye como seres pertenecientes a un pueblo indígena. Esta permanencia empobrece. 

La migración puede ser útil o dañina según las circunstancias en que se dé, dependiendo de la historia de cada pueblo, o de la realidad social que la motive. La migración puede servir tanto para encontrar nuevos códigos de comunicación, como para matar cualquier vestigio del origen. Todo depende de cómo queramos enfrentarnos a esta realidad inevitable.